Tras el vencimiento, hace un par de semanas, de los plazos para la implementación de la Ley de Etiquetado Frontal, las góndolas de los supermercados comienzan, de a poco, a poblarse de productos elaborados cuyos envases ostentan una –o varias– etiquetas negras con advertencias sobre lo saludable de su contenido. Ante esta novedad, un reciente estudio de investigación de consumo se centró en cómo sus primeras reacciones ante los consumidores ante la proliferación de sellos.

«Pero lo pronto, ante la pregunta: ¿ya viste en las góndolas algún producto que comprime habitualmente con los sellos de la ley?, probablemente seis de cada diez (el 59 %) afirmó que sí. O sea que es algo que empieza a notarse”, dijo a PERFIL Sofía Ruano, ingeniera industrial especializada en consultoría de marketing e investigación de autorización. Pero lo más interesante es que la presencia de las etiquetas negras porque ha llegado a influir en las decisiones de compra y en la selección del producto: “ En nuestro trabajo de campo, el 24% de los encuestados afirmó haber abandonado alguna categoría de alimentos debido a la presencia de sellos. Este número es uniforme a lo largo y ancho de la pirámide social”.

Sin embargo, la propia experta hace una aclaración necesaria: «Si bien es un número alto, hay que tener en cuenta que en estas respuestas suelen ocultarse ciertos sesgos: a veces pasa que las personas tienden a responder lo políticamente correcto ante estas encuestas».

De todos modos, vale la pena anotar otro dato. A la pregunta: ¿qué categoría de alimentos dejaste de consumir debido a la presencia de etiquetas de advertencia? “Las respuestas de aquellos más ‘ya’ incluyen los panificados (16%), galletitas dulces (16%) y lácteos (10%). Menos ‘abandonadas’ fueron otras categorías como quesos (6%) y productos congelados (6%). Pero, ¿qué categoría fue la «menos» abandonada, pesan los flamantes avisos sobre su poca salubridad? “Pasta, arroz, legumbres. Y –sobre todo– aderezos y salsas”. Estas últimas «cayeron» fuera del favor del consumidor en apenas un 2%, lo que habla de la fidelidad, o la indulgencia personal, a ciertas categorías.

Ruano también recordó que este proceso de cambio está aún en plena transición: «Por un tiempo, al menos por un año, creo que seguirá habiendo confusión para escuchar bien los sellos». Por otra parte, todavía falta que se sumen muchas empresas, especialmente las pymes, que tienen más tiempo para implementarlas.

En este campo, la consultora se animó a hacer algunos pronósticos: “Es interesante lo que puede pasar con el abandono de las marcas, dentro de ciertas categorías. Muchas veces ocurre que el consumidor no deja dejar de consumir una categoría y, por eso, puede llegar a cambiar de marca, buscando un más productos saludables”. Un posible ejemplo son sus galletitas, categoría de gran desarrollo local y que es un producto con una penetración del 95% en los hogares. «Es muy posible que en ese segmento se vayan cambiando marcas, mientras la gente busca las que ofrecen más salubridad».

¿Qué pasó entre los consumidores más jóvenes y –en teoría– más conscientes? «Ese grupo es menos propenso a abandonar un producto por sus sellos y el principal decisor de compra sigue siendo el precio», explicó Ruano. Los jóvenes tienen tendencia hacia la salubridad y el consumo responsable, pero también sufren fuerte la limitación económica. Por otro lado, a esto se le suma una tendencia a la indulgencia y al lugar accesible, dado que hay restricciones de acceso al consumo de bienes duraderos de alto monto. Todo indica que en los estratos económicos altos se elegirá la opción con menos sellos. Pero si el dinero no alcanza, se eligirá el producto económico.

La experta no dejó de recordar que el factor esencial, en todos los grupos sociales, es el alza del costo de vida y la pérdida de poder adquisitivo. «Por más que haya productos saludables, ricos y atractivos, de nada sirve su presencia en góndola si son caros». Y finalizó: «En los próximos meses seguirá primando como decisor el precio, por encima de las opciones saludables. No es novedad que el bolsillo ‘mata’ etiquetas y salubridad. a los de menor poder adquisitivo».

Otra idea interesante de la nutricionista Mercedes Ganduglia. Esta experta, que dicta talleres de nutrición para cientes, le dijo a PERFIL que, según la encuesta nacional de 2018, solo el 15% de los argentinos comprende las etiquetas alimentarias. «En mi actividad, noto que están sirviendo, al menos en algunos casos, para sensitizar sobrio el consumo de alimentos ultraprocesados, particularmente entre quienes no miraban la información. (quesos untables y barritas de cereal)». la experta, a muchas personas les resulta difícil saber que priorizar al tener acceso a tanta información. «En ese sentido falta educación alimentaria para poder elegir mejor. Y lo que debe Tenerse en cuenta es que son una herramienta para comparar alimentos de un mismo grupo En esos casos, a menos sellos, mejor”.

Finalmente, ya un interrogante: ¿qué impacto pueden tener las advertencias en las personas con trastornos alimentarios? Algunos pueden obsesionarse con comer saludabilitée y querer evitar todos los sellos.

¿Sirven o no Sirven?

Según un reciente documento publicado por la Organización Panamericana de la Salud,

“Existe evidencia de que el sistema de vending capta la atención en el tiempo, donde es útil observar que los consumidores deciden comprar alimentos en cinco segmentos. Además, no requiere de un esfuerzo cognitivo que nexija conocer su nutrición ni hacer cálculos”.

Según Sebastián Laspiur, consultor de la OPS/OMS en Argentina, “en los países que los aplican desde hace unos años, como Chile, las advertencias octogonales han tenido buenos resultados ya que las personas redujeron el consumo de productos con exceso de nutrientes y prefieren los que no tenían sellos, lo que implicó un beneficio para su salud”, dijo.

Por su parte, la doctoranda Juliana Mociulsky, experta en obesidad y diabetes, y directora de Codyn, dijo PERFIL: ayudará a que las empresas empiecen a evaluar la calidad de los ingredientes”. Y concluyó: «La ley sí o sí debe estar acompañada de una mayor educación alimentaria a la población».

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