A Karim Benzema (Lyon, 35 años) le han llamado a menudo el mal-aimé, el “malquerido” del fútbol francés. Después de Zinedine Zidane y hasta la irrupción de Kylian Mbappé, fue el gran futbolista de su época, pero nunca ha llegado a ser un ídolo de consenso como los otros dos mencionados. Como si no acabase de encajar. Cuando no era por su carácter poco expansivo, era porque no cantaba La Marsellesa en los partidos de la selección nacional. Cuando no era porque decía que Argelia, de donde son originarios sus padres, era el país de su “corazón”, era por asuntos más graves como el caso del chantaje por un vídeo sexual a otro futbolista de la selección. Ni él conectaba con una parte de sus conciudadanos, ni estos conectaban con él. Es como si el futbolista fuese un espejo de algunas neurosis nacionales.

El episodio más reciente en esta historia de desencuentros ocurrió hace unos días cuando el ministro francés del Interior, Gérald Darmanin, soltó durante una entrevista televisiva con CNews, cadena cercana a la extrema derecha: “Karim Benzema tiene, lo sabemos todos, un vínculo notorio con los Hermanos Musulmanes”. En la órbita de los Hermanos Musulmanes, movimiento fundado en 1928 en Egipto por Hassan al-Bana, emergieron hace décadas en Oriente Próximo grupos como el palestino Hamás, pero en Francia no están considerados como terroristas. Sus críticos atribuyen una voluntad de islamizar las sociedades occidentales. Darmanin, abanderado del ala derecha del Gobierno, no aportó ninguna prueba de una acusación, que Benzema niega con rotundidad. No importa. De las redes sociales, las palabras del ministro sobre el exmadridista saltaron en unos días a España, y de ahí de vuelta a Francia, donde se convirtieron en un asunto político. El gabinete del ministro respondió esta semana a EL PAÍS: “No haremos más comentarios sobre este tema”.

El nuevo caso Benzema —¿o habría que decir caso Darmanin?— es “un culebrón demasiado fácil”, analiza el veterano periodista de L’Équipe Vincent Duluc. Se refiere a que Benzema representa un objetivo propicio para este tipo de polémicas. Y enumera incidentes o acusaciones —casi siempre relacionados con sus orígenes y su religión, su apego o no a Francia, incluso su aspecto— que han jalonado la carrera del delantero, cinco veces ganador de la Liga de Campeones con el Real Madrid y una del Balón de Oro. La última polémica nace de un mensaje en la red social X (antiguo Twitter) el 15 de octubre. “Todas nuestras oraciones para los habitantes de Gaza”, escribió Benzema, “víctimas de nuevo de estos bombardeos injustos que no respetan a mujeres ni a niños.”

Darmanin lamentó que, teniendo más de 20 millones de seguidores en X (antes Twitter) y con ello una supuesta responsabilidad social, no expresase su condena por la matanza de Hamás el 7 octubre en Israel o por el asesinato por un islamista, el 13 del mismo mes, de un profesor de instituto en Arras, en el norte de Francia. Una senadora de Los Republicanos, el partido hermano del PP español en Francia, dijo que, de confirmarse su proximidad con los Hermanos Musulmanes, el futbolista debería perder la nacionalidad francesa y el Balón de Oro. El ultra Éric Zemmour, candidato presidencial en 2022, relacionó directamente a Benzema con el asesinato del profesor en Arras. Su abogado, Hugues Vigier, ha anunciado que denunciará al ministro por falsas informaciones e injurias públicas, y también por difamación a Zemmour.

¿Qué tiene Benzema para excitar así los ánimos? El sociólogo Stéphane Beaud, autor del ensayo Horribles, ricos y malvados: otra mirada sobre los bleus, daba hace unos días en Le Parisien varias explicaciones para la “fijación” de Francia con él. Una es su manera de vivir la fe. Cuando este verano llegó a Arabia Saudí para jugar Al Ittihad, declaró: “[En La Meca] estás en lo verdadero, te sientes bien, puro, es excepcional. Deseo a todos los musulmanes que vayan un día, es allí donde está la verdad”. Beaud interpreta que Benzema es un born again, un musulmán renacido, como los llamados cristianos renacidos que descubren o redescubren de adultos el fervor religioso. ¿Lo convierte esto en hermano musulmán? No forzosamente. En Arabia Saudí, además, esta organización está prohibida.

En un argumentario al que accedió Le Figaro, el entorno de Darmanin afirma: “Desde hace años, constatamos una deriva en las tomas de posiciones de Karim Benzema hacia un islam duro, rigorista, característico de la ideología hermanista, que consiste en difundir las normas islámicas en diferentes espacios de la sociedad, especialmente en el deporte”. Los asesores del ministro recuerdan, por ejemplo, la simpatía, expresada en las redes sociales, con un luchador de artes marciales ruso acusado de incitar al odio tras la publicación de las caricaturas de Mahoma. Un libro recién publicado, Cuando el islamismo penetra en el deporte, del exgendarme y sociólogo Médéric Chapitaux, abunda en la idea de que el islam radical es cada vez más influente en las artes marciales o el fútbol. Chapitaux cita estudios según los cuales, se hacen más habituales prácticas como ducharse en calzoncillos, rezar en los vestuarios o solicitar comida halal.

El sociólogo Beaud esgrime otro motivo para la “fijación” francesa con Benzema: su reticencia a romper con el ambiente donde creció, el ambiente de la banlieue, los extrarradios empobrecidos y con población de origen norteafricana. La lealtad a los amigos de infancia, algunos de los cuales acabaron en la delincuencia, probablemente la haya pagado cara. “Es verdad que prefiere la compañía de sus viejos compañeros que la de la jet-set”, escribe su antiguo abogado, Alain Jacubowicz, en el libro O bien gano, o bien aprendo. “Siempre pensé que se sentía culpable por su éxito respecto a los amigos del barrio, porque a él también podrían haberle ido mal las cosas. Quizá es por eso que le gusta dar una imagen de bad boy [chico malo]. Uno de sus allegados me confesó un día con una gran sonrisa que, por su cumpleaños, le habría gustado poder regalarle unos días en prisión”. Como si así cumpliese un sueño: el de tener de verdad las credenciales de un bad boy.

El otro personaje, en esta historia, también tiene orígenes magrebíes y creció en una familia de clase trabajadora. Es, a su manera, el bad boy en el Gobierno del presidente Emmanuel Macron. Gérald Darmanin (Valenciennes, 41 años) exhibe sin complejos la ambición de sustituirle. La acusación contra Benzema, según Duluc, “es un cálculo político que no se apoya en gran cosa, o en nada”. No es el primer político en tenérselas con él. En pleno escándalo por el chantaje a Valbuena, otros opinaron que no era el momento de ir a la selección estando imputado. No jugó ni el Mundial 2018, que Francia ganó, ni el del 2022, en el que quedó finalista. Una vez se quejó: “Cuando marco, soy francés; cuando no, soy árabe”. No es profeta en su tierra, ni un ídolo amable como Zidane y Mbappé, pero tiene algo de lo que carecen los otros dos cracks. Él refleja realidades y obsesiones de esta sociedad, desde el racismo al temor a la islamización. Karim Benzema explica, quizá sin quererlo, la Francia de hoy.

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