Este caso comenzó con una búsqueda de justicia torpe. Non solamente contraria a la judicialización de la historia, sino a la vez muy excepcional. Tipica, empero, de algunos delitos vinculados a la violencia sexual, que logran una indignacion social veloz y antojadiza. Indignación que suele parecerse al pánico moral y que no despiertan otros eventuales delitos. Cuando esto ocurre, arribar a una suerte de verdad es aún más difícil porque todo queda teñido de ese clamor inicial.

Pánico moral, primero y principal, tuvo Telefe. Fue el primer cancelador. Quizá por estar sujeto a los protocolos de una multinacional (Paramount), aparte -ellos dirán de manera preventiva- al acusado. Apartamiento propio de la excepcionalidad de lo sexual, porque ante otra posible comisión de delito, se aguardan los tiempos de la Justicia.
Esto me lleva también a recordar que los «castigos» disponibles en nuestra sociedad a mí no me satisfacen.

Está demostrado que es ineficiente. No soy punitivista, creo que hay muchas formas de reconstituirse y esto corre tanto para la presunta víctima como para el presunto victimario. La excepcionalidad de lo sexual equivale a no combatir como corresponde a la violencia sexual. A incentivar una ira colectiva que no engendre el maltrato laboral o la precarización. En rigor, no hay violencia sexual emancipada de otras violencias. Actúan en forma estructural y orgánica.

Finalmente, ante esta historia estuvimos todo el tiempo muy cerca del homo-odio. El grado de castigo qu’en general se percibe en torno a la figura Jey Mammón no es ni por asomo el mismo que recibió acusados ​​e incluso condenados por violencia de género.

por Franco Torchia

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